La Música Nuestra de Cada Día

La hay para todos y para todo. Si estamos tristes no divagamos en escuchar a José José, Luís Miguel, Marco Antonio Solís o algunas canciones rancheras de despecho y amor. Si estamos felices escuchamos aquellas tan efímeras canciones de alegría. O incluso si queremos algo de actitud en la vida escuchamos piezas clásicas o música progresiva.

En la actualidad, la música es una gran influencia en nuestra vida diaria. Es nuestro ritmo. El soundtrack de nuestras vidas. O como diría Nietszche, “sin música la vida sería un error”.

Infinidad de géneros y subgéneros abundan hoy en día, desde el popular y constantemente rítmico reguetón, hasta canciones de compleja estructura, ritmos y variaciones.

Para tratar de entender el modo que nos afecta la música psicológicamente, hay que entender como se interpreta en nuestra cultura. Desgraciadamente, en nuestra actual sociedad de masas y de consumo hemos sido plagados de música carente de complejidad en cuanto a estructura se refiere. Debido a esto estamos acostumbrados a escuchar sonidos fáciles de digerir y comprender, amputando así los buenos gustos musicales. Hemos sido permeados de mercancías y productos fabricados en la Industria Cultural que rara vez somos abiertos a las nuevas alternativas en cuanto a música se refiere. Consumimos lo popular, lo masivo, lo producido en serie, lo que nos desarrolla gustos homogeneizados.

No por nada se ha comprobado científicamente que la exposición de bebes nonatos a la música clásica, les ayuda a desarrollar mas sus habilidades cognoscitivas. Según el músico griego Yanni, “la música instrumental, cuando es utilizada correctamente, es muy directa y extremadamente exacta en describir incluso las emociones humanas más sutiles. Debido a que no hay líricas que se interpretan, la música no es interpretada de una manera u otra, sino de la manera que el oyente quiera hacerlo”.

El principal propósito de la música, en sus inicios formales en la antigua Grecia, era el de provocar estímulos y reacciones psicológicas para quienes la escucharan. Es así de esta forma como actúa la música en la actualidad. En las películas el soundtrack es fundamental para ayudar a las imágenes a provocar reacciones en la audiencia. Los himnos nos hacen sentir más patriotas y nacionalistas. La música de ritmos continuos y de tiempos frecuentes nos hace bailar.

Pero ojo, no dejemos de tomar en cuenta que la música que escuchamos habla de nosotros, que tiene interpretaciones culturales y psicológicas acerca de nosotros mismos. Es aquí donde el poder de los clichés y las etiquetas sociales entran en juego. Llamamos narco o chaca a quien va en una Lobo o una Silverado con música de Valentín Elizalde o de los Tigres del Norte. Pero llamamos naco a quien lleva la misma música pero va en un Datsun 77. Llamamos punk a quien lleva un corte tipo mohawk, cadenas y cuero sin saber si en verdad escucha ese tipo de música. A algunos otros los llamamos greñudos metaleros sin saber que en verdad escuchan al Buki o a los Terrícolas. Le decimos cholo o nigga a quien escucha hip hop o rap. En cierto modo nosotros mismo hemos contribuido a encasillar a ese sector en clientes potenciales de esa música, por consiguiente mantener el status quo implantado por los “dueños de la cultura” sobre las distintas clases sociales, refiriéndome a esto a los patrones de conducta que atañen a los diversos géneros musicales.

Nos hemos dejado llevar por los estereotipos que nos implanto el paradigma estético de la sociedad de consumo. A partir de este planteamiento, es importante reflexionar la forma en que la industria suprime la variedad de gustos en una homogenización de preferencia para establecer un nicho de mercado seguro y sin cambios.

Esta en nosotros el elevar la cultura en la música actual, o dejarnos llevar por los niveles que nos establece la Industria Cultural.


Publicado en Organicamag.com

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