El Sol a las 16:00 horas
A veces, cuando pienso en reversa, me voy explicando a mí mismo el porqué de algunas cosas. Me pasa frecuentemente cuando trato de explicarme mis propios gustos, aficiones, odios, mis demonios. Muchas de esas cosas se remontan a mi infancia, los primeros años y son pocas cosas las que recientemente han cambiado alguno de esos aspectos en mi vida.
Recuerdo muy bien las decenas de rompecabezas que mis hermanos y yo armábamos los sábados, junto con los primos, ahora alejados, cuando visitaban a mi abuela, la matriarca que regía la unión familiar de los Martínez, hasta que se nos fue, luego todos se fueron.
Esos rompecabezas, de los cuales ya no me es fácil encontrarlos, siempre me enamoraron por sus imágenes. Eran, en su mayoría, atardeceres en algunas playas, castillos en Europa, paisajes en algún frío lugar de Rusia, monumentos asiáticos. Todos, o al menos la mayoría, estaban arropados con la luz del atardecer. Desde entonces, creo que me enamoré de la fotografía.
A esta fijación, sobrevino otra pasión. Viajar. Si bien nunca fui hijo de papi o mami, ni tampoco tuve la suerte de que a mi familia le sobrara el dinero como para darme "el lujo", siempre disfruté los pocos viajes que pude hacer con ellos. Quería, y quiero, visitar todos esos lugares que miré en esos rompecabezas, en esas fotografías, quiero esas fotografías en mi cámara.
Otra pasión surgida en la infancia, fueron las películas de terror. Entiendo que cada quien tiene sus gustos, pero lo que no entiendo es cómo puede alguien odiar las películas de terror. Hasta ahora, y por mucho, son mi género favorito.
Vuelvo a pensar en reversa, y recuerdo que cuando niño, mi papá solía hacerse pasar por zombi, mostro, fantasma o algún otro espectro macabro para asustarme, lo cual inicialmente lograba, aunque siempre terminara con una carcajada cautelosa.
Tal vez esa sensación de terror me hace recordar inconscientemente los momentos tan agradables que viví con mi papá, antes de saber que existían los problemas de pareja, las crisis económicas, los gritos, los desacuerdos o incluso el abandono.
La música, la lectura, la escritura, todo eso, también tiene su historia, pero ya será en otra ocasión que me ponga a escribir. Cambio y fuera.
Recuerdo muy bien las decenas de rompecabezas que mis hermanos y yo armábamos los sábados, junto con los primos, ahora alejados, cuando visitaban a mi abuela, la matriarca que regía la unión familiar de los Martínez, hasta que se nos fue, luego todos se fueron.
Esos rompecabezas, de los cuales ya no me es fácil encontrarlos, siempre me enamoraron por sus imágenes. Eran, en su mayoría, atardeceres en algunas playas, castillos en Europa, paisajes en algún frío lugar de Rusia, monumentos asiáticos. Todos, o al menos la mayoría, estaban arropados con la luz del atardecer. Desde entonces, creo que me enamoré de la fotografía.
A esta fijación, sobrevino otra pasión. Viajar. Si bien nunca fui hijo de papi o mami, ni tampoco tuve la suerte de que a mi familia le sobrara el dinero como para darme "el lujo", siempre disfruté los pocos viajes que pude hacer con ellos. Quería, y quiero, visitar todos esos lugares que miré en esos rompecabezas, en esas fotografías, quiero esas fotografías en mi cámara.
Otra pasión surgida en la infancia, fueron las películas de terror. Entiendo que cada quien tiene sus gustos, pero lo que no entiendo es cómo puede alguien odiar las películas de terror. Hasta ahora, y por mucho, son mi género favorito.
Vuelvo a pensar en reversa, y recuerdo que cuando niño, mi papá solía hacerse pasar por zombi, mostro, fantasma o algún otro espectro macabro para asustarme, lo cual inicialmente lograba, aunque siempre terminara con una carcajada cautelosa.
Tal vez esa sensación de terror me hace recordar inconscientemente los momentos tan agradables que viví con mi papá, antes de saber que existían los problemas de pareja, las crisis económicas, los gritos, los desacuerdos o incluso el abandono.
La música, la lectura, la escritura, todo eso, también tiene su historia, pero ya será en otra ocasión que me ponga a escribir. Cambio y fuera.
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