Sobre la gracia de ser papá

Hace unas horas se cumplieron diez días de la llegada de Camilo a la vida de Claudia y la mía. A pesar de estos diez días, siento que fue ayer cuando por la noche estábamos a la espera de las noticias afuera del hospital. No voy a negar que la tarea de ser papá es difícil, no hay tutores ni se nace con la experiencia de serlo.

A veces pienso que él es quien nos ha estado enseñando cómo tratarlo y de qué manera atenderlo. Cada vez que sus ojos apuntan su sagaz mirada hacía mí, siento la manera en que se comunica conmigo. Sin contar los llantos cuando tiene hambre o cuando hay que cambiarle el pañal.

Cada que se despierta por las noches, llorando por hambre (come como los grandes), me ve de una manera particular, sobre todo cuando lo cargo mientras Claudia le prepara la comida.

Son 10 días. 10 noches. Sólo espero que la vida nos permita tenerlo muchos años más, y que él nos pueda tener los suficientes para tener la certeza de que hemos hecho de él, un hombre de bien, de acción, de palabra.

Hace algunos años, escuché una frase muy particular que a la fecha recuerdo. "Yo lucho por que este mundo mejore, no para mí, sino para mis hijos, y que ellos luchen por que el mundo de sus hijos sea aún mejor".

Camilo es muy bien portado, aunque un poco hipócrita. Cada que la gente lo ve, resalta lo quieto que es. En casa, aprovecha cada tiempo de ocio para llorar por comida.

Su nacimiento marca toda una pauta en mi vida, tanto personal como profesional. Los años de jergas y parrandas quedaron en su periodo. Ahora mi meta es mejorar, por mí, por ella y por él. Estoy seguro de lo invaluable de todo lo que está por venir.

Tenía mucho sin escribir por acá, donde mi catarsis encuentra esa privacidad de unos cuantos lectores. Creo que ese tiempo sin practicar otra escritura diferente a la redacción del periódico en el que trabajo, me ha creado esa deficiencia imaginativa para escribir más a detalle lo que cotidiamente pasa por mi mente. Prometo pasar por acá más a menudo. 

Pd. Acabo de terminar de leer, Trisstesa, de Jack Kerouac, el yonqui más destacado de la generación Beatnik. A pesar de que como novela sui generis tiene su encanto, saber que en realidad es una autobiografía resulta desconcertante.




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