Erase una vez...
... un joven que iba a la tienda de la esquina. Era temprano, tomando en cuenta que no tenía nada importante/interesante qué hacer a las 10 u 11 de la mañana. En su cabeza circulaban miles de ideas, que como de costumbre no se diluyen y solo crean ruido a la lúcidez. Una de las mas ruidosas tenía que ver con un inicio de intolerancia hacia los conductores, si es que así se les puede llamar, que por impericia, ensimismados y ¿porqué no?, por estupidez, han causado muertes, accidentes y corajes.
La idea estaba ahí, como esos chistes de los que uno no se puede acordar bien, pero sabes que te lo sabes. Antes de cruzar una calle, un auto Lincoln, muy sucio por la lluvia de un dia anterior, se olvida ( o intencional y pedantemente se pasa ) del alto que tiene en su camino y se atraviesa literalmente a un auto que viene por la vía principal. Justo al dar esa vuelta se orilla, para sorpresa del joven, que va a la misma tienda que él.
En su soliloquio interno, maldiciendo y pensando mil majaderías*, ya va tachando de "pendejo", "imbécil" e "idiota" a quién formará parte de ese segmento de conductores a los que no se sabe como les otorgaron una licencia de conducir. Baja una mujer cuarentona, de esas que pretenden parecer de veintitantos, morena, muy, con el pelo pintado de rubio, muy a fuerzas, un gran bolso café y kilos de pulseras en sus muñecas.
Al entrar a la tienda, el joven busca no toparse con este especimen, tomando pasillos alternos a los usuales para encontrar los víveres por los que iba. De nada sirve, ya que al momento de hacer fila en la única caja registradora en función se encuentra este engendro delante de él.
En la caja, una nueva cajera, joven y rechonchita con una playera negra de PLACEBO y unos dibujitos muy monos y con unos ojos muy marcados por su delineador negro. En la fila, ya para ser atendida, el bulto de masa, tela y metales con unos cuantos artículos, que el joven no recuerda por la situación. La cajera voltea con un gesto amable y comprado, de esos a los que estamos obligados aquellos que nos dedicamos alguna vez al servicio al cliente. La pigmeo, le regresa la mirada, insípida, soberbia, petulante. A los nanosegundos, golpea un artículo de los que tiene sobre la banda, indicandole a la cajera que eso es lo que debe cobrar; gesto común de quienes no pretenden establecer relación con otro actor de sus actividades.
La cajera hace su cuenta, un tanto nerviosa por la mirada casi juiciosa del remedo de persona de quien atiende. Termina su cuenta. 16.70 pesos. La mujer arroja (literalmente) 17 pesos sobre la superficie dura de la estación de cobro y sale sin decir nada. La cajera, apenas cuenta el dinero, se apresura a decirle obligadamente (servicio al cliente) un "gracias".
El joven, mientras relee entre dientes lo que pensaba poco antes de llegar a la tienda, se da cuenta que es el siguiente en ser atendido. La cajera saluda (servicio al cliente) y dirige una mirada penosa y el joven dirige una condecendiente. Y tan condecendiente fue que no importó que le cobrara 1 peso con 50 centavos de más, para ver si así resarcía un poco de su dignidad pérdida por su amabilidad forzada.
Al salir, la ñora ya estaba en su auto a punto de salir, dirige una mirada sentenciosa sobre el joven, de quien sospecha ya viene hablando de ella y su lastre vida. Al arrancar su auto y dar marcha adelante, el joven, por instinto animal, escupé en dirección al auto, justo en el lugar en el que se encontraba estacionado, tan solo para ver si así se podía establecer un equilibrio en el universo.
La idea estaba ahí, como esos chistes de los que uno no se puede acordar bien, pero sabes que te lo sabes. Antes de cruzar una calle, un auto Lincoln, muy sucio por la lluvia de un dia anterior, se olvida ( o intencional y pedantemente se pasa ) del alto que tiene en su camino y se atraviesa literalmente a un auto que viene por la vía principal. Justo al dar esa vuelta se orilla, para sorpresa del joven, que va a la misma tienda que él.
En su soliloquio interno, maldiciendo y pensando mil majaderías*, ya va tachando de "pendejo", "imbécil" e "idiota" a quién formará parte de ese segmento de conductores a los que no se sabe como les otorgaron una licencia de conducir. Baja una mujer cuarentona, de esas que pretenden parecer de veintitantos, morena, muy, con el pelo pintado de rubio, muy a fuerzas, un gran bolso café y kilos de pulseras en sus muñecas.
Al entrar a la tienda, el joven busca no toparse con este especimen, tomando pasillos alternos a los usuales para encontrar los víveres por los que iba. De nada sirve, ya que al momento de hacer fila en la única caja registradora en función se encuentra este engendro delante de él.
En la caja, una nueva cajera, joven y rechonchita con una playera negra de PLACEBO y unos dibujitos muy monos y con unos ojos muy marcados por su delineador negro. En la fila, ya para ser atendida, el bulto de masa, tela y metales con unos cuantos artículos, que el joven no recuerda por la situación. La cajera voltea con un gesto amable y comprado, de esos a los que estamos obligados aquellos que nos dedicamos alguna vez al servicio al cliente. La pigmeo, le regresa la mirada, insípida, soberbia, petulante. A los nanosegundos, golpea un artículo de los que tiene sobre la banda, indicandole a la cajera que eso es lo que debe cobrar; gesto común de quienes no pretenden establecer relación con otro actor de sus actividades.
La cajera hace su cuenta, un tanto nerviosa por la mirada casi juiciosa del remedo de persona de quien atiende. Termina su cuenta. 16.70 pesos. La mujer arroja (literalmente) 17 pesos sobre la superficie dura de la estación de cobro y sale sin decir nada. La cajera, apenas cuenta el dinero, se apresura a decirle obligadamente (servicio al cliente) un "gracias".
El joven, mientras relee entre dientes lo que pensaba poco antes de llegar a la tienda, se da cuenta que es el siguiente en ser atendido. La cajera saluda (servicio al cliente) y dirige una mirada penosa y el joven dirige una condecendiente. Y tan condecendiente fue que no importó que le cobrara 1 peso con 50 centavos de más, para ver si así resarcía un poco de su dignidad pérdida por su amabilidad forzada.
Al salir, la ñora ya estaba en su auto a punto de salir, dirige una mirada sentenciosa sobre el joven, de quien sospecha ya viene hablando de ella y su lastre vida. Al arrancar su auto y dar marcha adelante, el joven, por instinto animal, escupé en dirección al auto, justo en el lugar en el que se encontraba estacionado, tan solo para ver si así se podía establecer un equilibrio en el universo.
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