Agosto
Sucumbí. Fui débil. Regresé. Desempolvo las viejas prácticas, tengo que escribir para mí, No es por motivos pequeños, no es por capricho y no encontré otra manera.
Tradicionalmente, el mes de agosto tiene una tonalidad diferente a la del resto del año. Este mes ha sido escenario, en varios años anteriores, de episodios que han dejado cicatrices.
Perder un amor, un amigo, la tranquilidad, la seguridad y en alguna ocasión la dignidad y la autoestima siempre son ocasiones que forjan conductas y actitudes. Marcan la vida, pues. Sobre todo cuando días después tratas de festejar tu cumpleaños.
De unos años para acá aprendí a lidiar con las actitudes que me invaden al octavo mes del año. Y lo logré. Así que estas palabras no van dirigidas a sanar alguna situación en particular en mi vida personal.
En mis 5 años trabajando como reportero me han tocado vivir de cerca muchas tragedias. Más que perder la sensibilidad ante la desgracia o el dolor ajeno, he aprendido a ubicarme en este mundo y a afinar mi empatía.
Hace casi dos meses ocurrió uno de los hechos que difícilmente se borran de la mente. Un incendio en un asilo acabó con la vida de 17 ancianitos, cifra que aumentó a 19 luego de unos días. Algunos fueron reclamados por familiares y les dieron sepultura.
Pero los cuerpos de 9 de las víctimas permanecieron a la espera de ser reclamados. Y a la espera de justicia. Este 14 de agosto, 8 de ellos fueron sepultados. Este 14 de agosto descansé del trabajo y me pesa tanto. Pude haber ido, pero no me lo permití.
La tragedia que marcó a Mexicali también marcó parte de mí. Una sensibilidad ante los ancianitos me rebasa. Los recuerdos de mis abuelos y el cariño que les tuve siempre vienen a mí en el rostro de un ancianito.
Hablar con la gente que los cuidó, leer sus ojos y los de los familiares de las víctimas me tenían con un pie en la corniza. De haber ido a su última despedida, me hubiera quebrado. Fácil.
Me pesa por la importancia de documentar con dignidad un hecho que marcó a toda una ciudad. Me pesa porque ellos merecen una voz que exija justicia por lo ocurrido. Me pesa por que su muerte no debe ser en vano.
Así que solo recurrí a esto, a volver a este rincón, donde la intimidad se reduce a unos cuantos lectores, o se reduce a un ser un jarro de secretos, a un escenario catártico, a un confidente de penurias o alegrías.
También se ha vuelto en una caja de recuerdos para mis hijos. Se convierte en la exhalación que me tranquiliza cuando la inhalación no parece acabar nunca.
Hoy necesitaba escribir para mí. Como lo hacía desde hace muchos años, en papel. Hoy escribí para mí.
Cambio y fuera.
Tradicionalmente, el mes de agosto tiene una tonalidad diferente a la del resto del año. Este mes ha sido escenario, en varios años anteriores, de episodios que han dejado cicatrices.
Perder un amor, un amigo, la tranquilidad, la seguridad y en alguna ocasión la dignidad y la autoestima siempre son ocasiones que forjan conductas y actitudes. Marcan la vida, pues. Sobre todo cuando días después tratas de festejar tu cumpleaños.
De unos años para acá aprendí a lidiar con las actitudes que me invaden al octavo mes del año. Y lo logré. Así que estas palabras no van dirigidas a sanar alguna situación en particular en mi vida personal.
En mis 5 años trabajando como reportero me han tocado vivir de cerca muchas tragedias. Más que perder la sensibilidad ante la desgracia o el dolor ajeno, he aprendido a ubicarme en este mundo y a afinar mi empatía.
Hace casi dos meses ocurrió uno de los hechos que difícilmente se borran de la mente. Un incendio en un asilo acabó con la vida de 17 ancianitos, cifra que aumentó a 19 luego de unos días. Algunos fueron reclamados por familiares y les dieron sepultura.
Pero los cuerpos de 9 de las víctimas permanecieron a la espera de ser reclamados. Y a la espera de justicia. Este 14 de agosto, 8 de ellos fueron sepultados. Este 14 de agosto descansé del trabajo y me pesa tanto. Pude haber ido, pero no me lo permití.
La tragedia que marcó a Mexicali también marcó parte de mí. Una sensibilidad ante los ancianitos me rebasa. Los recuerdos de mis abuelos y el cariño que les tuve siempre vienen a mí en el rostro de un ancianito.
Hablar con la gente que los cuidó, leer sus ojos y los de los familiares de las víctimas me tenían con un pie en la corniza. De haber ido a su última despedida, me hubiera quebrado. Fácil.
Me pesa por la importancia de documentar con dignidad un hecho que marcó a toda una ciudad. Me pesa porque ellos merecen una voz que exija justicia por lo ocurrido. Me pesa por que su muerte no debe ser en vano.
Así que solo recurrí a esto, a volver a este rincón, donde la intimidad se reduce a unos cuantos lectores, o se reduce a un ser un jarro de secretos, a un escenario catártico, a un confidente de penurias o alegrías.
También se ha vuelto en una caja de recuerdos para mis hijos. Se convierte en la exhalación que me tranquiliza cuando la inhalación no parece acabar nunca.
Hoy necesitaba escribir para mí. Como lo hacía desde hace muchos años, en papel. Hoy escribí para mí.
Cambio y fuera.
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