Veintiuno/Año Uno
No sé cómo se empieza la carta a un hijo. El mío nunca me dio alguna, que yo recuerde, pero haré mi mejor intento. Me propuse, a partir de hoy, dedicarte una epístola cada 21 de enero, para que leas en mí sobre el padre que intentó ser. Ojalá pueda escribirte decenas de cartas y que pueda acompañarte hasta que seas un hombre de principios, de valores, de cambios.
Han pasado, hasta hoy, 365 días de conocimiento, de reflexión. Cambiaste el color de los días, el olor de las noches. Tu llegada fue un tanto atropellada. Por la madrugada del 21 de enero del 2012, tu mamá me levantó avisándome que ya estabas listo para que te conociéramos.
Curioso fue que, lo que pude atinar a hacer, fue alistar algunas cosas, hacer algunas llamadas y ¡limpiar el carro!. Obviamente esto último molestó a tu mamá, me imaginó que suponía otras cosas más importantes, pero bueno, igual yo, pero atribuyó lo ocurrido a las horas de la mañana en que decidiste presentarte.
Ese día, sin temor a equivocarme, fue el más emocionante de mi vida. ¿Te imaginas? Por fin te vería, por fin podría abrazarte. Dedicarte algunas palabras o lecturas ya no, porque eso ya lo había hecho cuando estabas en la barriguita de tu mamá. Incluso algunas canciones provocaron que patearás curiosamente a mami.
Cuando tu mamá entró con el doctor para recibirte, me invadió el miedo. Muchas cosas podían pasar, pero como no pasaron, no perderé el tiempo en eso.
Pero eso sí, entré en una curiosa introspección. De repente estaba yo ahí, en una sala de espera, entre gente, pero solo. Una epifanía me rodeaba, sentí que me encontré conmigo mismo, que las cosas comenzaban a tomar forma en este mundo, la carne se pegaba a los huesos y la gravedad llamaba a las cosas a su sitio.
Para cuando te ví, oh cuando te ví. No te imaginas, no te das una idea. Espero que sientas eso cuando tengas tus propios hijos. No hay palabras para describir la sensación cuando volteaste a verme y me sonreíste, como si fueras un cómplice, una mirada de confidente, como si supieras por todo lo que he pasado.
Te has ido convirtiendo en mi mejor amigo. El verte crecer este primer año, un primer año que se pasó veloz, que pasó saturado, con variadas vicisitudes, ha sido una experiencia que no cambiaría por nada. No me arrepiento de nada de lo que ha pasado, y si pudiera, lo volvería a repetir, sin arrepentimiento.
Me he dado cuenta que con pequeños detalles, día a día, puedo nutrirte de las herramientas que necesitas para ser el hombre que quieras ser. Espero tener esas fuerzas por muchos años, esas fuerzas que me permitan ayudarte, ayudar a los que te rodean, para que, algún día, tú puedas hacer lo mismo con tus hijos, con tu gente, con quien amas.
Este primer capítulo cronológico ha sido un intenso y enriquecedor. Gracias Camilo, gracias por existir, gracias por vivir, nos queda mucho camino por recorrer juntos y espero que algún día, como memoria de mi zeitgeist en tu primer año, puedas leer estas líneas que te dedicó, mientras me preparo para dormir, luego de haber ido a comer en tu honor con tu mamá, tu abuela Yoli y Marisela, con tu tío Miguel, y finalmente después de haber visitado a tu tía Francis, la mamá de tu tío David, quien te cuida desde donde está.
Mi corazón y mi vida para ti, siempre, Camilo.
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